viernes, noviembre 13, 2015

19 mejores libros de viajes


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En este post os reseño diecinueve de los mejores libros de viajes y aventuras, relatos de expediciones famosas hasta territorios inexplorados y desconocidos. En su mayor parte se trata de grandes hazañas contadas por los propios protagonistas tras regresar de sus increíbles y peligrosos viajes.
En los tiempos en que el planeta todavía escondía secretos y tierras sin hollar, algunos valientes exploradores decidieron arriesgar sus vidas adentrándose en lo desconocido, sin ninguna garantía de regresar con vida pero con la posible recompensa de honor y gloria.
Vale la pena releer una y otra vez el anuncio que Ernest Shackleton publicó en la prensa de su país y en la que buscaba hombres valientes para formar la tripulación del Endurance.
Sur
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Ernest Shackleton
Sir Ernest Shackleton es uno de los exploradores más conocidos y reconocidos de la breve historia de la exploración polar. Y todo ello pese a no haber conseguido jamás ninguno de los objetivos de sus expediciones. En el caso de la Expedición Imperial Transantártica (1914-1917), que pretendía realizar la primera travesía integra de la Antártica, ni siquiera se llegó a pisar tierra firme en el continente. Su mayor mérito, sin duda, está en que siempre supo en qué momento abandonar la misión y dedicar todos los recursos, por pocos que fueran, a sobrevivir. Habilidad, suerte, y buena compañía son los ingredientes esenciales que siempre hicieron posible la vuelta a casa. Sir Ernest Henry Shackleton (Kilkea, condado de Kildare, Irlanda, 15 de febrero de 1874 – Georgia del Sur, 5 de enero de 1922) fue un explorador polar anglo-irlandés, una de las principales figuras de la conocida como Edad heroica de la exploración de la Antártida.
La aventura antártica del Endurance
La aventura antártica del Endurance
La aventura antártica del Endurance
Frank Worsley
La ambiciosa expedición liderada por Ernest Shackleton en agosto de 1914 se proponía atravesar la Antártida a bordo del Endurance, alcanzar el Polo Sur y continuar viaje hasta la isla de Ross, en el extremo opuesto del continente. Nunca llegó a su destino, pues el Endurance no tardó en quedar atrapado por el hielo, y sin embargo ha pasado a la historia como una de las proezas más asombrosas de la historia naval. La épica aventura de Shackleton y los veintisiete tripulantes del Endurance constituye un ejemplo de tenaz lucha contra los elementos y contra la propia naturaleza humana que duró veinte meses y que en más de una ocasión enfrentó a sus protagonistas con la muerte. Como bien dice Patrick O´Brian en su prólogo a esta soberbia relación de los acontecimientos, Frank Worsley se muestra como “sumamente experto en su profesión, cuyos aspectos describe con habilidad excepcional: poseía un sentido estético finísimo y le impresionaban la extraordinaria belleza del colorido polar, su claridad, su resplandor centelleante en la atmósfera más que gélida, la impresionante hermosura del hielo, del hielo a la deriva y de los majestuosos icebergs, tan grandes como medio condado”.

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25 libros de viejes


Portada-tao-viajero_grande01 El tao del viajero
Paul Theroux. Traducción de Ezequiel Martínez. Alfaguara

"Deja tu casa. Ve solo. Viaja ligero. Lleva un mapa. Ve por tierra. Cruza a pie la frontera. Escribe un diario. Lee una novela sin relación con el lugar en el que estés. Evita usar el móvil. Haz algún amigo". El escritor estadounidense Paul Theroux (1941) celebró sus 50 años como escritor y viajero reuniendo en un solo libro, El tao del viajero, extractos escogidos de sus obras junto a pasajes de aquellos autores trotamundos que él más ha disfrutado como lector: Henry James, Graham Greene, Andersen, Evelyn Waugh, Dickens, D. H. Lawrence, Mark Twain, Nabokov...


SALVAJE-BAJA02 Salvaje
Cheryl Strayed. Traducción de Isabel Ferrer y Carlos Milla. Roca Editorial

Un descubrimiento reciente al que ya dediqué una entrada en este blog. Salvaje trata de un viaje interior, del recorrido de mil ochocientos kilómetros que la autora realizó sola y a pie por la cordillera del Pacífico de los EEUU para huir de sus propios demonios. Un libro diferente, conmovedor, ameno y a ratos duro, que gustará a los aficionados a las caminatas y a los amantes de la buena literatura.
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Los 10 mejores libros escritos por hombres de negocios

– 1: Lo duro de las cosas, de Ben Horowitz.

Horowitz en cofundador de la firma Andreessen Horowitz, gracias a lo que se ha convertido en una de las personas más respetadas en el mundo de la inversión. En su obra, recopila importantes consejos para los directivos de empresas recién creadas. “Las cosas son duras porque no hay respuestas o recetas fáciles. Son duras porque las emociones están en contra de la lógica“, señalaba Horowitz.

– 2: Mil años con Generals Motors, de Alfred Sloan.

Sloan dirigió la conocida marca automovilística General Motors entre los años 1923 y 1946. En su obra rememora las experiencias que le llevaron a situar a la firma en lo más alto de la industria. Fue libro más vendido en 1963.

– 3: Rework, de Jason Fried.

Fried, cofundador de la plataforma de aplicaciones web Basecamp, relata en su libro cómo crear una empresa sin la necesidad de inversión externa o grandes desembolsos de dinero, algo que define como “minimalismo”.

– 4: Que la gente vaya a hacer surf: la educación de un empresario reacio, de Yvon Chouinard.

Chouinard invita en su obra a dejarse llevar por la aventura. Cofundadora de la cadena de ropa Patagonia, relata las experiencias que ha vivido en su éxito profesional.

– 5: Ganar, de Jack Welch.

Welch, que ocupó el cargo de director ejecutivo de General Electric, expone sus experiencias sobre las páginas de una obra sobre la que Warrent Buffet señaló que “no será necesario ningún otro libro sobre gerencia”.

– 6: #Girlboss, de Sofia Amoruso.

Amoruso, como Chouniard, ha destacado en la industria de la moda. Explica cómo crear una empresa desde los cimientos. “Hay tres consejos que quiero que recuerden: no crezcan, no se vuelvan aburridos y no dejen que el jefe les fastidie”, recogía esta empresaria en su obra.

– 7: Negocios @ la velocidad del pensamiento: teniendo éxito en la economía digital, de Bill Gates.

El creador de Microsoft publicó en 1999 un libro en el que expone los 12 pasos necesarios para crear un negocio en el siglo XXI y la mejor manera para mejorar la velocidad en la trasmisión de información.

– 8: Pon tu corazón en ello, de Howard Schultz.

Schultz ostenta el cargo de director ejecutivo de la cadena Starbucks. En su obra cuenta la mentalidad que le llevó a situar su negocio en lo más alto.

– 9: Repartiendo felicidad, de Tony Hsieh.

Hsieh, director ejecutipos de la marca de zapatos Zappo, cuenta cómo ha combinado su visión del mundo empresarial con consejos que le han ayudado en su carrera. “Cuanto más diversas sean las amidtades, más beneficios personales y profesionales se obtendrán con el tiempo“, recalca en su obra.

– 10: Subiendo el nivel, de Gary Erickson.

Erickson relata cómo crear una empresa que, además de generar dinero, esté dotado de integridad y una buena cultura empresarial, como logró hacer él en su línea de alimentos para deportistas. “Los consumidores son conscientes de que no somos una gran compañía que solo trata de hacer dinero”, escribía en su libro.

Fuente: http://www.bolsamania.com/

lunes, octubre 05, 2015

Warhol por Martin Amis

Apesar de su virtuosa trivialidad, su esnobismo ingenuo y su increíble extensión, los diarios de Andy Warhol no carecen de cierto encanto. A decir verdad, no son, exactamente, diarios; se trata de “cintas escogidas” o “grabaciones secretas escogidas”.

Casi todas las mañanas Andy Warhol llamaba por teléfono a su ex secretaria, Pat Hackett, y le explicaba, deshilvanadamente, lo que había hecho el día anterior. Ella, según explica, tomó “notas extensas” y las mecanografió “mientras los ecos de la voz de Andy seguían frescos en mi mente”. Así que es eso lo que reseñamos aquí: ochocientas páginas –medio millón de palabras– de ecos de la voz de Andy.

Pero la cosa resulta efectiva, hasta cierto punto. “Peter Boyle y su nueva, creo, esposa estaban allí.” “La princesa Marina de, supongo, Grecia vino a comer.” “Nell se desnudó, más o menos.” “Raymond (está) allí posando para David Hockeney. Raymond coge el avión para ir a posar.” La edición de la señora Hackett da la sensación de ser afectuosa y escrupulosa, y acierta al no tratar de proteger a Andy. Al cabo de un rato, uno comienza a confiar en esa voz, la de Andy, aquel murmullo vacilante, aquel cascado farfullar. La fuente de inspiración de los Diarios es lo trivial; y es que en la vida cotidiana de esta humanidad cada vez más longeva los que son alguien y los don nadie acaban confundiéndose.

Por otra parte, en el libro cabe todo el mundo; o, al menos, todos aquellos que son alguien. “Fuimos a Studio 54, y allí estaban todos.” “A veces vas a sitios en los que no hay nadie importante.” “Todos eran alguien (...) todo el mundo vino después de los premios. Faye Dunaway y Raquel Welch y todos los demás.” Pero ¿quiénes son todos? O ¿quiénes son todos los demás? Pues Loulou de la Falaise y Monique Van Vooren e Issey Miyake, Peppo Vanini y Yoko Bischofberger, Sao Schlumberger y Suzie Frankfurt y Rocky Converse, Alice Ghostley, Dawn Mello y Way Bandy y Esme, Viva, Ultra y Tinkerbelle y Teri Toye, Dianne Brill, Billy Name, Joe Papp, Bo Polk, Jim Dine, Marc Rich, Nick Love y John Sex.

Andy también iba a todas partes, tanto si se trataba de lugares importantes como si no. Fue a la inauguración de una escalera mecánica en Bergdorf Goodman, a Regine’s para el cumpleaños de Julio Iglesias, a la apertura de una tienda de helados en Palm Beach, a Tavern on the Green para un “rollo” (término que utiliza mucho) en el que anunciaría que Don King iba a ser el nuevo manager de The Jacksons, al Waldorf Astoria para la fiesta de la muñeca Barbie, a un lugar innominado para ser jurado en un concurso de imitadoras de Madonna y otro lugar innominado para serlo en un concurso de senos desnudos. Resulta difícil imaginar qué invitación no aceptaría Andy. ¿Asistir a la inauguración de la reforma de la salida de emergencia del Chase Manhattan Bank? ¿Ser jurado en las primeras eliminatorias de un concurso de camisetas mojadas en la playa de Long Island City? Ciertos días, claro, no sucede gran cosa. “Tuvimos que enseñar el edificio a unas visitas, y después bebimos champán con esa gente”, por ejemplo, es la lacónica descripción de lo ocurrido el 19 de octubre de 1981. Tampoco fueron notables los acontecimientos de un buen día de septiembre de 1980: “Se me ocurrió mirar la tele, pero no había ningún programa bueno”. ¡Sí, qué cargante resulta eso! Si se hace un esfuerzo, puede llegar a imaginarse que la vida de Andy es bastante variada, aunque no demasiado excitante: “Tenía entradas (...) para ir a ver a aquel rockero que les arranca a mordiscos la cabeza a los murciélagos”. O: “Vino a verme Lewis Allen con los fabricantes de maniquíes que están haciendo un robot con mi imagen para su obra de teatro”. Pero, en realidad, todos sus días eran bastante iguales. A veces se quedaba en casa y se teñía las cejas, o leía las memorias de una antigua reina del cine, o acertaba al sentarse frente al televisor (El pájaro espino o El Show de Lucy; éste es el hombre que vio Grease II tres veces en una semana). Y, de vez en cuando, alguna gacetilla en la prensa resultaba ser tan buena, o tan mala, como la noticia que reseñaba: “Celebraban una fiesta en la Estatua de la Libertad, pero como había leído en los periódicos que yo iría, tenía la sensación de que ya se había celebrado”.

Durante los años cubiertos por los Diarios (desde 1976 hasta la muerte de Warhol, en 1987), el planeta seguía girando, como siempre, pero el egocentrismo de Andy permaneció inamovible. Acontecimientos de importancia histórica mundial se despachan con un par de líneas antes de perderse entre los típicos chismes y quejas. No es que a Andy no lo afecten los acontecimientos mundiales. El ataque estadounidense de 1986 contra Libia trastorna seriamente un programa de televisión que está haciendo en directo. El secuestro del Achille Lauro en 1985 le causa preocupación, porque ahora “todos mirarán Vacaciones en el mar, (...) y hay un episodio en que salgo”. La caída del sha de Irán equivale a una comisión perdida (“Durante la cena los iraníes me dijeron que cuando pintara al sha no abusara de la sombra de ojos y el lápiz de labios”). Para Andy, como para el Citrine de Bellow, la historia es una pesadilla durante la cual trata de dormir lo mejor posible: “Un tipo se nos acercó y me preguntó qué pensaba de la tortura en Irán, y Paulette le respondió: ‘Oye, Valerian Rybar me está torturando aquí, en Nueva York’. Se quejaba de que lleva un año decorando su apartamento”.

Pero las costumbres y las actitudes ante la vida también cambian, y Andy está en mejor posición –y mejor equipado– que otros para reflejar el retraimiento general y la creciente desconfianza social que caracterizaron la década final de su vida. En 1977 puede decir de una diseñadora de modas: “Se comporta como una mujer de negocios: casi no toma coca durante el día”. Pero en 1987 Andy no es el único que se toma un cuarto de pastilla de Valium con un vaso de agua Perrier antes de acurrucarse en la cama. El sida aparece por primera vez a la mitad del libro, en febrero de 1982, y lo denomina “cáncer gay” (para distinguirlo del “cáncer normal”). En junio de 1985 lo llama “lo que ya sabes”. Los Diarios muestran con claridad cómo el trascendentalismo de la contracultura acabó por convertirse en preocupación por uno mismo, por el propio cuerpo. Andy, ya ferviente hipocondríaco (en 1968 le disparó una mujer que había aparecido en una de sus películas underground), se pasa de las clases de belleza y los pedicuros a la nutrición, el colágeno, las sesiones de shiatsu, los cristales, la quinesioterapia y otras charlatanerías a las que se aferra como a un clavo ardiendo. En diciembre de 1987 se refiere al sida con el insólito calificativo de “enfermedad mágica”.

Sería arduo, y un despilfarro de energía, criticar demasiado a Andy. El no se toma a sí mismo lo bastante en serio para eso, o para cualquier otra cosa. Conviene hacer hincapié en que en ningún momento dice algo interesante (o que, simplemente, no resulte ridículo) acerca del arte. Dice que tuvo “una buena idea artística” o que acudió a “una fiesta artística”; y también que “el arte pasa por un momento fantástico”. “Hablamos de arte”, dice y el lector se inclina lleno de atención para leer esto: “Thomas contó lo que le pasó con el Picasso que le compró a Paulette Goddard: le costó sesenta mil dólares, y lo llevó a uno de esos expertos en Picasso, y le dijo que era falso, y Paulette se puso borde y se las hizo pasar canutas, pero, al final, le devolvió el dinero”.

Todo es del mismo tenor. Su agente le dice “que no les quite demasiado las arrugas a esos viejos”. Se celebra una conferencia sobre el lunar de Dolly Parton: ¿hay que dejarlo o quitarlo? “Lo había quitado, pero quieren que lo deje, así que llamé a Rupert (Smith, el serigrafista de Andy) y le dije que había que ponerlo de nuevo.” Pia Zadora quiere un cuadro, y “se lo llevará si cabe en el jet de su esposo, así que lo están midiendo”. En cuanto al resto, son notas sueltas acerca del precio que alcanzan sus retratos de Marlon y Marilyn y Lizz y Elvis. La apoteosis warholeana llega a un punto culminante, muy apropiadamente, cuando Andy recibe un encargo de Campbell’s para promocionar sus sopas. Lo incomoda un poco –“Ya me ves: han pasado veinte años y sigo con el rollo de la sopa Campbell’s”–, pero no se da cuenta de lo diferente que es la situación. Antaño era el artista que nos incitaba a mirar con otros ojos lo cotidiano, mientras que ahora es el retratista comercial que celebra lo vendible. “Y por el trabajo que me tomé y la publicidad que les hice, debí cobrarles un cuarto de millón, por lo menos.”

Es evidente que Andy tenía una extraña obsesión por el dinero. A lo largo de los Diarios registra minuciosamente todos sus gastos; o sus gastos no inconfesables, por lo menos. Al principio, ver los precios de las cosas entre paréntesis resulta un poco raro –en la página 1: “llamada telefónica para preguntar unas señas (teléfono: diez centavos)”–, pero uno se acostumbra pronto a ello. Las pastillas de jabón de olor que usaba Andy valían seis dólares, y el chaleco antibalas le costó doscientos setenta. “Me dijo que Matt no se hablaba con ella (cena: seiscientos dólares, propina incluida).” “Bebimos y hablamos y miramos por la ventana (ciento ochenta dólares).” El dinero tiene la mala costumbre de hacer que la gente parezca desequilibrada. Andy paga la cena de Grace Jones a pesar de que ella saca un fajo de billetes de cien dólares. Y, por otra parte: “Fui a la iglesia, y mientras estaba arrodillado pidiéndole a Dios que me hiciera rico, una mendiga me pidió limosna. Primero me dijo si podía darle cinco dólares, y luego subió a diez. Se parecía mucho a Viva. Le di cinco centavos”. Claro que la cosa habría podido ser peor. Andy habría podido decir: “Le di cinco centavos (cinco centavos)”.

Warhol era un esnob de la fama, del aspecto personal, del peso, de la estatura y de la edad. Pero se volvió viejo, y enfermó, y se vio obligado a vagar por el desierto biológico que es el mundo de los homosexuales cuando llegan a la mediana edad. De carácter infantil, se convirtió en un padre frustrado. Sus sinceros enamoramientos nunca acabaron bien: “Al mirar hacia atrás, supongo que no veía lo que no quería ver. Una y otra vez. ¿Es que esto no tiene solución? ¿Acaso nunca te vuelves inteligente?”. Cuando se acerca el final, ya no recibe invitaciones, los fotógrafos lo esquivan, sus llamadas quedan sin contestar. “Me gustan los feos. En serio. Pero resulta que son tan difíciles de conseguir como los guapos. Tampoco me quieren.”

Los momentos en que resulta más simpático son aquellos en que trata con animales. Pero incluso entonces puede sentirse herido y mostrarse quisquilloso: “Llevé el pan seco al parque para dárselo a los pájaros, pero no vinieron, y los maldije por eso”. O con sus dachshund, Amos y Archie: cuando un día lluvioso llega a casa y descubre que uno de ellos se ha meado en su cama, “lo apaleé. A Amos”. O, de modo más apropiado y más cómico, pero también más desesperanzado, cuando llega el equipo de filmación de Disney y le preguntan qué personaje prefiere del famoso dibujante, “y yo dije: ‘La ratona Minnie, porque me puede presentar al ratón Mickey’”.

Andy Wharhol y el Pop Art

Consultado Peter Sloterdijk acerca de ¿qué obras recomendaría?, responde: En primer lugar, “El nacimiento de la tragedia”, de Nietzsche, una teoría del arte. En segundo lugar, a Andy Warhol, con su libro: "The philosophy of Andy Warhol. From A to B and back again" [“Mi filosofía de A a la B y de B a la A”]. Este originalisimo libro constituye no sólo una crónica de la vanguardia artística de New York y su particular fauna, sino a través de un repertorio de frases y agudas observaciones Warhol nos ofrece lo que es fundamentalmente una crónica del americam way of life, de su glamour y decadencia. Entre las frases que vienen a mi mente no puedo dejar de citar entre otras: Shopping is much more american than thinking (comprar es mucho más americano que pensar). Además, le pediría al joven que hiciera un esfuerzo y leyera "El hombre sin atributos", de Musil, toda una fenomenología.La idea central es la superioridad del observador frente al productor.

Pues bien, tenemos a Warhol instalado en terreno filosófico mediante esta canonización operada por Sloterdijk.

Warhol dictó a Patt Hackett dos libros “Mi filosofía de A a la B y de B a la A”, y ‘Diarios’ en los que el artista se retrata con una fina ironía y un cinismo mordaz.

Un dicho asegura que todas las vidas tienen una novela. Sin embargo, pocas vidas soportan bien un diario que interese a todo el mundo sólo por la gente que aparece en él. En el caso de Andy Warhol, el diario de su vida es la noticia de primera mano del mundo más atrevido del arte de los años sesenta, setenta y ochenta

La figura de Andy Warhol quedará siempre asociada al Pop art y a sus series miméticas e infinitas de retratos en color, lo mismo que a sus películas, su fotografía, a Interview, la revista que fundó y a sus fiestas underground con los sonidos de Lou Reed y la Velvet. Y también a sus libros, en los que plasmó todo este mundo.

Hay dos publicados en España de los tres que escribió el artista urbano. En realidad, Warhol no escribió ninguno de ellos ya que este trabajo lo realizó su inseparable secretaria Pat Hackett que pacientemente grababa o tomaba nota de las ocurrencias del autor y de su vida diaria, para darle después forma, ordenarlo todo, y pasarlo a materia de libro.

Los dos textos publicados tienen distinta fecha y muy diferente contenido. Uno muestra, a grandes rasgos, el pensamiento, y el ideario del artista y el otro es un documental en prosa sobre la vida de Warhol contada con el detalle del día a día. En uno, asoma el Warhol de dentro y en otro, el de fuera.

El primero de los libros es el más íntimo, un reflejo del mundo interior del artista: Mi Filosofía de A a B y de B a A (Tusquets), fue publicado en 1975 y es una recopilación, elaborada por Hackett, de las reflexiones más interesantes del autor acerca de innumerables temas, acompañado de episodios biográficos importantes como el referido a la creación de la Factory o al intento de asesinato que sufrió por parte de una mujer en 1968 y que casi acaba con su vida.

Siempre con el ambiente de la época de fondo, Warhol establece un diálogo consigo mismo sobre el amor, el arte, la belleza, el sexo, la soledad, el dinero, la fama, o la muerte. Todas las ideas del autor sobre los grandes temas desfilan a través de una prosa sencilla y llena de humor que descubre a un observador incansable y solitario, amante de la televisión, el consumo y la vida americana. “Puedes estar mirando la tele y ver una coca cola, y puedes saber que el presidente bebe coca cola, Liz Taylor bebe coca cola, y piénsalo, tú también puedes beber coca cola. (…) Ninguna cantidad de dinero puede brindarte una mejor coca cola que la que está bebiendo el mendigo de la esquina”. Este libro mezcla el gusto por la anécdota, con lecciones de ensayo de filosofía pop.

Diarios (Anagrama) es el otro libro, publicado en 1989 y escrito también por la secretaria Hackett. Junto a otro diario que abarca al Warhol de los años sesenta y que no salió en España titulado Popism, este libro es un registro minucioso de la vida del artista entre los años 1976 y 1987. El libro recoge al detalle las idas y venidas del artista, las fiestas, sus negocios, el círculo amplio de amistades, e incluso el dinero que gasta al día en taxis o comidas. Cada mañana Warhol telefoneaba a su secretaria y daba buena cuenta de sus actividades del día anterior.

Este libro tiene mucho de memoria de todos los famosos del cine, la literatura, la música, y el arte de la época ya que todo el que era famoso se acercaba a Warhol, o bien nadie era famoso si no se acercaba a él. Lennon y Yoko Ono, Keroauc, Ginsberg, Bourroughs, Cassady, Liz Taylor, Truman Capote, Mick Jagger, Dennis Hopper, Silvester Stallone, Madonna, Jack Nicholson y toda la familia numerosa de la Factory forman el círculo de amistades de Warhol, y dan luz y glamour a una vida que despierta interés por sí sola.

"The Factory" y “Tiffany’s”

Una de las cosas más fantásticas que hizo Warhol fue romper con la idea de autenticidad, anuló el rancio concepto ­aún hoy cuestionable para muchos­ de que únicamente aquello que saliera directamente de las manos del artista fuese considerado una verdadera obra de arte. Consiguió milagrosamente tener alrededor un grupo de gente a sus órdenes, que colaboraban, compartían y se entregaban a los caprichos del misterioso albino.

Emile de Antonio en el libro Edie de Jean Stein y George Plimpton dice: "Andy era como el Marqués de Sade; su presencia era el agente liberador que hacía que la gente viviera sus fantasías y se desnudara o, en algunos casos, hicieran cosas muy violentas para conseguir que les mirase".

Tenía un don especial para aglutinar a la gente más chic del momento. Era tan consciente de lo que ello representaba que se obsesionó con grabar y fotografiar todos los eventos. Sabía que aquellos momentos intrépidos y aparentemente superficiales se iban a convertir en historia. Las paredes plateadas de la Factory fueron testigos de muchos de los cuales hablamos ahora.

¿ Qué ofrecía Warhol para reunir a gente tan especial?. El fue quien creó el adjetivo superstar, un título que otorgaba únicamente a las personas que tuvieran un rasgo característico, que fueran una pieza indispensable para construir su mundo, el mundo de Andy. Viva, una de sus superstars afirma: "Andy estaba en aquella fiesta. Yo me armé de valor y le pedí que me dejara hacer una película. Pensé que haría algunas películas de Warhol y me convertiría en una gran estrella de Hollywood, empezando desde abajo, siendo Andy el primer peldaño hacia mi increíble y definitiva gloria, hacia la fama, la riqueza y el estrellato. Andy dijo: 'Si te quitas la blusa, puedes hacer una película mañana. Si no te la quitas, puedes hacer otra'. Yo tenía miedo de que si no me quitaba la blusa, al día siguiente me olvidaría completamente. Así que me puse unas tiritas de esas redondas en los pezones y me quité la blusa. Me adoraron; todos pensaron que estaban viendo una técnica interpretativa increíble".

La falsa timidez del artista le excusó de ofrecer sus rasgos, prefería observar a ser observado. Representa la Cultura del Voyeur: mirar sin participar y sin embargo, saber que lo que está sucediendo es por y para ti. Se ha cuestionado ­cómo no­ la sexualidad del príncipe de hielo...La respuesta general ante los adjetivos habituales -straight o gay- es otra: simplemente voyeur.

El travieso artista se convierte en el amigo de una de las estrellas más rutilantes de finales del siglo XX: Basquiat. Warhol nos habla de su propia sexualidad indirectamente: "Quedé con Jean- Michel para hacer gimnasia con Lidija (taxi $5). Jean-Michel huele mal. Es como Chris, que cree que es muy sexy oler a sudor cuando haces ejercicio, pero no es nada sexy. Eso del mal olor me ha hecho pensar en mi vida y creo que no me pierdo nada del otro jueves".

El rey del pop trató la seducción como una celebración perpetua en fiestas y reuniones que generaron ­sin pretenderlo­ la Cultura del Club. Los sesenta fueron unos años muy creativos, cualquier acto social se convertía en una excusa para expresarse estéticamente: quien llevara el modelito más extravagante era el mejor, se convertía en alguien, el vestido transgredía los estratos sociales.
Ese maravilloso título de una de las canciones de la Velvet Underground, All Tommorrow Parties, cantada por la andrógina voz de la rubia Nico, es un verdadero himno de la época. La propia Nico contó como en el día de la presentación de ese disco ­Warhol era el productor del grupo­ le pasó el micrófono a Andy, y este más nervioso y lívido que nunca fue incapaz de articular palabra, por lo que sacó unos plátanos adhesivos de su bolso y los empezó a colocar en el vestido inmaculado de Nico: construye tu propio atuendo, se podría leer como consigna. Una voz histérica femenina le espetó si aquello era lo único que sabía hacer, que al menos pintara con sus manos, que no le pagaban para eso.

Sí, hubo entre el público e incluso entre sus amigos , muchos detractores. Warhol mitificaba a sus ídolos, necesitaba iconos a los que admirar...y copiar, era el fan número uno. Cuando aún se llamaba Andrew Warhola estuvo agazapado en la puerta de la casa de Truman Capote durante un buen tiempo. Era como si quisiera absorber una extraña energía de aquellos que triunfaban, como si considerara dioses a los humanos que sabían expresarse. Recibió el más profundo desprecio de Capote y unas groseras palabras de la madre alcohólica de éste.

Más adelante Truman pasaría a pertenecer al mundo del ya reconocido Andy Warhol. Aún así, las palabras que Truman Capote le dedica son muy reveladoras: "Le ofreceré una interesante analogía. ¿Ha leído 'El corazón es un cazador solitario', de Carson McCullers? En ese libro, según recordará, hay un personaje sordomudo, Mr. Singer, una persona que no se comunica con nadie y que finalmente se revela sutilmente como una persona vacía y sin corazón. Sin embargo, como es sordomudo, simboliza algo para la gente desesperada. Van a verle y le cuentan todos sus problemas. Se aferran a él como si fuera una fuente de energía, como una especie de figura semireligiosa en sus vidas. Andy es una especie de Mr. Singer. La gente perdida y desesperada se acerca a él buscando la salvación y Andy no hace más que estar sentado como el sordomudo, con muy poco que ofrecer".

El consumo constituía buena parte de su creatividad y forma de vivir. No sólo la representación del objeto de consumo era su delirio. Él mismo se convirtió en un comprador y coleccionista compulsivo. La Cultura del Shopping para él suponía una buena inversión de tiempo y dinero. Llegó a tener tantas cosas que le crearon muchos problemas por su estricto sentido del orden. Guardaba en cajas muchos de los objetos que se convertían en símbolos, todo le recordaba a algo, las llamaba cajas del tiempo. Esa necesidad de poseer, de aprehensión de las cosas habla mucho de esta figura mítica.

Curiosamente toda la vida social de Andy Warhol, representaba así una curiosa parodia, una farsa teatral muy efectiva. Se rodeó de una tribu de gentes de procedencia diversa: artistas de exóticas tendencias, músicos inadaptados, niñas ricas buscando el vértigo de lo prohibido, feministas freudianas (una de ellas llevó a efecto la necesidad de eliminar al padre, al líder, disparando cuatro tiros el 3 de Junio de 1968, sobre un Andy Warhol sorprendido de su propio carisma, quien a consecuencia de sus heridas, tuvo que interrumpir su actividad). Todos ellos se alistaron en una legión descontrolada por las drogas, las poses extremas, los dogmas desenfrenados. Vivían en común en un taller forrado de papel de plata llamado “The Factory”. Ejercían de fervorosos feligreses, consciente de materializar un rito donde los iniciados se impregnan de la máxima dádiva: la fama. Veneraban a Andy Warhol como un tótem instigador de las mayores extravagancias, donde la jet society neoyorquina compartía la celebridad con drogadictos y marginales de todo tipo.

Este caótico taller tuvo una actividad artística desenfrenada y a veces excéntrica. Se realizaron proyectos artísticos de todo tipo, incluso se impulsó la actividad musical de grupos de rock como los de la Velvet Underground. Se filmaron más de quinientas películas, algunas de ellas de una duración de horas, en las cuales tan sólo se veía a individuos que hablaban o dormían. Parecían experimentos de dudosa credibilidad que en realidad eran actos corrientes pero tocados del divino sello de lo real según Andy Warhol. También se realizaban docudramas de finales imprevisibles, donde los actores se agredían llevados por el calor de realizar actos reverenciales; en el centro de las ceremonias, observando todo, santificándolo, estaba Andy Warhol.

De entre todo ese grupo desquiciado, supo aprovechar para su trabajo, colaboradores a veces muy próximos y otras, ocasionales. Enfatizaba la labor artística colectiva como forma de perpetuar lo propio, lo individual. Músicos, artistas, modelos, críticos de cine, todos participaban en la realización masiva de serigrafías. Las obras poseían un carácter industrial, estándar y anónimo, “quiero trabajar como una máquina”, afirmaba, pero en realidad primaba su estilo warholiano característico.

Pocos artistas podían ser identificados tan rápidamente y de un sólo vistazo como Andy Warhol en su trabajo. En ocasiones, le gustaba pintar en común con otros artistas. Un ejemplo de ello, es la colaboración que mantuvo con el pintor Jean Michel Basquiat. En una tela por él serigrafiada con la señalética de un producto comercial, su amigo, realizó una expresionista escenografía urbana y graffitera, cuyo resultado fue un cuadro de fuerte impacto visual pero orientador del mundo, del “lifestyle” del entorno warholiano.

Realizó muchas colaboraciones con otros pintores, incluso en ocasiones tan sólo estampaba su firma sobre obras que no le pertenecían en su ejecución. De ello resulta revelador que cuando a principios de los años 80, expuso en Madrid, se formó una larga cola de admiradores para recoger su firma reflejada sobre cualquier tipo de soporte que le presentaran, incluso cuadros de otros autores.

En el año 1973, decide trasladar su “Factory” a otro lugar más elegante de Nueva York, abandona aquel incontrolable grupo de seguidores e inicia una etapa en la cual, el business art sería el motor de su actividad: “he empezado siendo un artista comercial, quiero terminar siendo un business artist”, definió en 1975 así su trabajo. Valora en su justa medida el poder del dinero, y su fatal atracción por una sociedad que lo sitúa en la cumbre de la escala de valores. Se le adora con un carácter religioso y la dimensión del negocio como extensión natural del arte, ocupa su interés productivo.

Las obras más interesantes de este período están mediatizadas por dos impulsos, por él muy frecuentados a lo largo de su carrera: el azar y el acabado glamuroso. Sus serigrafías eran un producto de lujo, caro como una joya de “Tiffany’s”, e irrepetible y frágil como un poema. Cualquier error en la impresión de colores planos terminaban por otorgar a la obra una imprimación gestual que brillaba con la intensidad de un cartel publicitario. Una fotografía de Mao sacada de la primera página del libro rojo, se convierte por obra de Warhol en un testimonio político de singular impacto, el retrato del líder chino es, a su vez, la imagen consumista de una estrella pop.



¿Por qué la vanguardia ama a Andy?

Para entender con mayor precisión el valor trascendente de la imagen, en la obra de Andy Warhol, hay que tener en cuenta un factor de su vida no muy conocido pero sé esclarecedor, se consideraba un ferviente católico, y adoraba las imágenes religiosas. Eran fetiches protectores, donde los acólitos, con sólo mirar, podían recibir las bendiciones de la divinidad, de donde manaban todas las virtudes. Las interpretaba como simbólicas transmisoras de carisma. Su trabajo estaba mediatizado por la premisa del poder sugeridor de las imágenes y su capacidad canalizadora de energías, creencias e incluso la cultura de una sociedad que demanda nuevos mitos, dentro de un entorno de publicidad y consumismo.

Las estrictas leyes del mercado marcan las fronteras de un producto entre lo útil y lo necesario, éste es el descubrimiento de Andy Warhol, incorporándolo al mundo del arte, le convierten en un pintor comercial. “Si quieren saber algo de mí, tan sólo deben mirar mis pinturas, yo estoy allí, no hay nada escondido”, decía.

Pero también fue un “voyeur” de autenticidad admirable, llevado por su agudeza observadora, nada le era ajeno a un detenido examen e interés. A través de la serigrafía fotográfica podía descubrir el resplandor glamuroso que poseían las representaciones gráficas más controvertidas: actrices de cine, zapatos, cantantes de moda, armas, políticos, conflictos sociales, accidentes de tráfico, latas de tomate, bombas atómicas, la silla eléctrica, etc… Todo era reflejable como obra de arte, todo podía ser atractivo. No en vano, su experiencia en el mundo publicitario, le otorgó una desmedida capacidad para sintetizar aquellos puntos determinantes en los que se significaba un icono. Ya en los años 50, era considerado un diseñador gráfico de éxito y utilizó el conocimiento del mercado y sus demandas, para escenificar en el ámbito creativo, una múltiple conjunción de imágenes cuyo origen pertenecían a géneros propios del consumo.

Andy Warhol utiliza la fotografía serigrafiada (testimonio de lo real, respeto por el momento, por el objeto), mediante la impresión seriada de un mismo tema con ligeras variantes de color. Descontextualizaba el sujeto y objeto representado en el cuadro. Desnaturalizado, creaba un fenómeno de obsolescencia de la imagen, anulando el carácter intrínseco de la misma, descargándola de su significación inmediata; “cuando vemos varias veces repetidas una fotografía macabra, termina por no hacernos ningún efecto”, sentenciaba Andy Warhol, para confirmar que las representaciones visuales, por muy duras o execrables o familiares que sean, pueden ser aceptadas si se desvirtúa su sentido primigenio al ser insertadas en otro contexto.

En una maniobra de espíritu revulsivo, fue capaz de introducir en los museos y en las casas de las mass-media la desmitificación de valores e ídolos consumidos en un mismo análisis estético: el retrato de Elvis Presley y la representación de la Silla Eléctrica.

Un icono del cine de enorme fama, una fotografía de Marilyn Monroe, era para Andy Warhol un código visual que podía descifrarse en una síntesis gráfica: el cabello rubio, la mirada melancólica y los labios sugerentes, podían ser esquematizados en estructuras autónomas, que pintadas con tinta serigráfica de colores eléctricos, ofrecían una alternancia plástica al conocido rostro de la actriz de cine; es ella, pero no lo es, puesto que su icono ideal se sustituye en un proceso simplificador, para convertirse en un estereotipo, en un esquema de márgenes imprecisos y casi anónimos.

Adolfo Vásquez Rocca

sábado, octubre 03, 2015

"Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos: Philip K. Dick; 1928-1982" de Emmanuel Carrère

Su madre lo trajo al mundo en Chicago, un 16 de Diciembre del año 1928, además de a una hermana melliza, Jane. Con apenas cinco semanas de edad, un inspector de la compañía de seguros que recién había contratado su padre,Joseph Edgar Dick, fue a hacer una visita a la familia que acaba de nacer. Con horror contempló cómo los pequeños mellizos se encontraban seriamente desnutridos y heridos, con evidentes señales de abandono. De inmediato los llevó al hospital, aunque lamentablemente nada se pudo hacer por la pequeña Jane que falleció de camino.

Pese a las escasas cinco semanas con las que contaba por aquél entonces, Dick quedaría profundamente marcado por esta tragedia, que resurgiría una y otra vez en su vida, sus relaciones y como es lógico, en su producción artística, dando origen al tópico del 'gemelo fantasma'. Después de divagar un par de años entre Washington D.C. y California, de contemplar la ruptura de sus padres, y de instalarse finalmente en ésta última bajo la tutela de su madre, comenzaría por fin a dar señales de lo que sería el día de mañana. Un genio para algunos, un chiflado para otros, cultivando sus pasiones o sus obsesiones. La música y la literatura.

“Siempre se había negado a aceptar, con todo su ser, la idea de que el azar fuera el motor de lo que le sucedía, una danza de electrones sin coreógrafo, o una serie de combinaciones aleatorias. Para él, todo tenía que tener un sentido. Había vivido y explorado su vida según este postulado. Ahora bien, a partir de la idea de que existe un significado oculto en todo lo que sucede, caemos fatalmente en la idea de que también existe una intención. Cuando alguien intenta ver su vida como una trama, pronto ve también en ella la ejecución de esa trama, y acaba preguntándose quién la ha tramado. Esta intuición, que todos más o menos compartimos, más o menos vergonzosamente, alcanza su plenitud en dos sistemas de pensamiento: El de la fe religiosa y el de la Paranoia. Y Dick, por haber experimentado las dos dudaba cada vez más que existiera alguna diferencia entre ambas.” Pag. 217.

Abandonó los estudios universitarios que cursaba, y encontró trabajo en una tienda de discos donde dio rienda suelta a su curiosidad por la música hasta 1952. De esta fecha en adelante, durante treinta años de forma casi ininterrumpida, no se dedicó a otra cosa que escribir. Acribillado por las preguntas sobre su pasado, y por algún que otro episodio de auténtico terror psicológico fueron esbozándose los límites entre los que habría de asentarse su amplísimo legado.

Cualquiera que no estuviera advertido del estilo phildickiano -Término que se hizo famoso en la contracultura californiana de aquellos años- leería un relato corto, un cuento, o una novela suya sin atisbar más que una imaginación prodigiosa y un talento para enredar más allá de los límites meramente estéticos, los avatares de los desdichados personajes. En el fondo, el profundo anhelo que sentía Phil en su fuero interno emanaba en cada palabra y cada acto que llevó a cabo. Sus interlocutores lo defendían, a sabiendas, de sus 'pequeñas idiosincrasias' -como diría Robin Williams haciendo de Psicólogo en 'El indomable Will Hunting' (1997) de Gus Van Sant- por las que tantos lo criticaron, diciendo, que pese a todo, había pocas cosas comparables a una conversación con él. Era, como él mismo dijo, “una rata” que no dejaba de escurrirse en argumentos, reflexiones, contradecirse y volver a contradecir aquello con lo que acaba de oponerse a lo que había defendido antes -por si no ha quedado claro- y todo ello, motivado por ese profundo anhelo de encontrar un sentido, que todos más o menos compartimos, más o menos vergonzosamente.

1974 sería el año en que Nixon abandonaría la Casa Blanca; el año en que el escritor Ruso Alexander Solzhenitsinsería desterrado y finalmente, el año en que, entre Febrero y Marzo, Dick viviría uno de los episodios, sino el más, importantes de su vida. Después de recibir una dosis de Pentotal Sódico -suero de la verdad- en el dentista y volver a su apartamento, una mujer, joven, conocida, le llevó una caja de Darvon -un opiáceo- para aliviar el dolor. Al abrirle la puerta observó que ésta llevaba un collar con un símbolo del cristianismo perseguido. Un pez dorado. Al verlo, P. K. Dick tuvo una revelación. Pudo ver por anamnésis o intuición intelectual, la verdadera realidad detrás de las cosas.

Los últimos ocho años de su vida los pasó investigando la historia de la filosofía y la teología, redactando un diario oTractate, una Exégesis, de más de 8000 páginas en los que teorizaba sobre los acontecimientos que había experimentado por aquél entonces. De todo este flujo de conocimientos se puede extraer una visión gnóstica que separa el mundo en dos realidades, una aparente y mecánica, y otra oculta y divina, que sería aprovechada, desvirtuándola y tergiversando el mensaje phildickiano, tanto por los teóricos de la conspiración como quienes impulsaron en torno a aquéllos años el surgimiento de la cultura new-age.


Retrato de Philip K. Dick.

“La luz del Sol es preferible a la artificial, pero la luz artificial, es preferible a la oscuridad.” Pag. 275.

Sus últimos años, siendo ya un escritor reconocido, los pasó, como era costumbre en él, confuso. Iba a rodarse la primera adaptación cinematográfica basada en una obra suya, 'Do Androids Dream Of Electric Sheep?' (1968) que se titularía simplemente 'Blade Runner' dirigida por Ridley Scott (1982) y que sería considerada con el paso de los añospelícula de culto. Triunfó al final. Aunque como él mismo diría en su novela V.A.L.I.S. refiriéndose a su protagonistaAmacaballo Fat, el triunfo “llegó tarde”, no sabía qué hacer con los beneficios que le reportaba su intensa actividad literaria, que comenzaba a traducirse a varios idiomas, así que donó la mayoría, y lo peor aún, seguía sin tener del todo claro qué era lo que había visto o si era siquiera real. Sólo él lo sabe a estas alturas, o no.

Emmanuel Carrère nos lleva por la vida convulsa y frenética de Dick aportando la pausa suficiente y necesaria, de forma amena y dando las claves fundamentales que nos permiten comprender de forma más profunda y completa la obra del torturado escritor. No sólo es una magnífica biografía sobre la vida de un hombre inconmensurable.

Carrère construye esta biografía sobre varios pilares que se entrelazan y alternan de forma continua. Primero, la biografía del autor: tomando como mimbres los hechos más relevantes de su vida, los acontecimientos más destacados e ilustrativos de su forma de entender la realidad y la literatura, junto con las personas que convivieron y contribuyeron a hacer de él quien fue. Segundo, su obra, pues dentro de cada período vital se comentan sus novelas y relatos más conocidos, se describen argumentos, se reproducen diálogos, y se contextualizan los distintos períodos creativos que Dick tuvo que –a veces de forma muy dolorosa- atravesar. Tercero, los recuerdos y las vivencias de otras personas, que completan la visión de quien era Philip K. Dick. Y en cuarto lugar, una tendencia omniforme a echar a volar la imaginación creativa de Carrère para interpretar acontecimientos de la vida de Dick, convirtiendo la opinión personal en parte del retrato del autor.

En cuanto a la biografía, se hace especial hincapié en las consecuencias que provocó en la persona de Dick su vida familiar tanto de adolescente como de adulto. De adolescente, la pronta marcha de su padre y la fuerte personalidad (que se caracteriza como de ‘castradora’) de su madre; así como la muerte de su hermana, a las pocas semanas de nacer y como consecuencia de una decisión expresa de su madre de no darles de comer, explican en parte la fuerte frustración y sensación de pérdida que lo acompañaron. De adulto, la proyección del adolescente se refleja en sus caóticas relaciones con sus numerosas y distintas esposas, con sus desconcertados amigos, o con aquellos que, en cada momento de su vida, pasaron y fueron importantes como confidentes, como perseguidores, como críticos o como admiradores. Todos ellos, por lo menos los más importantes, aparecen aquí de una u otra forma. Y ese es uno de los principales valores de esta biografía.

Valioso es también el repaso a las obras más populares de Dick. Aquellos que todavía no la conozcan, sin duda, encontrarán en los argumentos, los diálogos, las reflexiones y los contextos creativos que se introducen en esta biografía, los motivos necesarios bien para decidir el introducirse en ella, bien para huir aspaventado –porque Dick es un escritor extremo, que o se quiere o se odia. Encontraremos en Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos extensas referencias en detalle a Los clanes de la luna Alfana, El hombre en el castillo, Los tres estigmas de Palmer Eldricht, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Ubik o Una mirada en la oscuridad, entre otras. Si bien, claro, es muy complicado encontrar un catálogo lo suficientemente extenso como para abarcar la amplia y completa obra de Philip K. Dick. Esta biografía no es una de esas rara avis. Y el lector dickiano debe esperar todavía un poco más para encontrarla. (Por cierto, ¿quién tendrá el valor de enfrentarse a ese ingente trabajo?).

En cuanto a las personas que fueron relevantes para él, son numerosas las que aparecen aquí: desde su madre y su omnipresente hermana; a sus importantes esposas (cada una de ellas fueron relevantes, dentro de su distinta idiosincrasia personal, de una forma u otra); pasando por los gurús de diverso pelaje; los obispos y padres que sufrieron sus constantes dudas teológicas y metafísicas, junto a su proyección sobre el constante debate teleológico en Dick sobre el fin de la realidad y sus causas; así como otras muchas personas que lo conocieron y formaron parte de su vida.

Pero, si sus pinturas y pinceles son muy útiles para dibujar una correcta idea de cómo era Philip K. Dick, ser complejo y poliédrico, persona además de escritor; ni la precisión del pulso, ni el marco, son los correctos para dotar a ese cuadro de una adecuada verosimilitud. La imaginación de Carrère vuela en demasiadas ocasiones, y en demasiados puntos, como para que algunos de los pasajes –dejo la cantidad relativa a la valoración del lector- puedan llegar a ser creíbles. Se enfoca a Philip K. Dick como un personaje psíquicamente afectado, prácticamente, desde el momento en que adquiere consciencia; se sobredimensionan sus aspectos excéntricos, hasta llegar a totalizar la vida de Dick; permanentemente desquiciado y desorientado, sólo permite intuir el corazón, el centro de su personalidad.

viernes, octubre 02, 2015

Eduard Limónov: Soy yo, Édichka



Escritor no es quien escribe sino quien no puede dejar de escribir. Y la definición le ajusta casi a la perfección a Eduard Limónov. Bueno, en función de las muchas cosas que parece no poder dejar de hacer, igual las "profesiones" se le amontonarían. No todas, parece ser, al gusto de las leyes: ha pasado diversas etapas en prisión debido a sus radicales actitudes políticas que le han situado siempre en una especie de encrucijada de constante polémica.

Y "Soy Yo, Édichka", primera de su serie de narraciones autobiográficas, no hace más que constatarlo lìnea tras linea. El joven escritor residente en Nueva York, donde de vez en cuando se lamenta de la fama y el prestigio que ha dejado atrás en la Rusia natal de donde ha salido y donde, proclama a lo largo de las páginas, no piensa volver. Cualquiera volvería, porque, aunque parece atravesar penurias económicas, el tipo se lo pasa en grande. Hasta alardea de que su casero en el Hotel Winslow le tenga manía por "no parecer infeliz".

Centrado en su estancia en diversos cuchitriles de los que se avergüenza, vagando entre cobro de subsidios y empleos de mala muerte, Limónov transita de catre en catre, apegado a un esquizoide recuerdo de su amada ex-mujer, la modelo Elena, cuyo recuerdo va y viene a lo largo de todo el libro y martiriza a Limónov. Obsesión que condiciona todos sus juegos, abundantes, variados, pues tras esa traumática experiencia matrimonial decide llevar a término todo tipo de escarceos relacionados con todo tipo de gustos sexuales.

Auténtico festín de encuentros, el que se avecina. Obsceno, por lo crudo y minucioso de sus descripciones le parecerá a alguno. Habrá quien exagerará y lo llamará hasta pornográfico, pero eso sería una equivocación de peso. Puesto que todas las proezas sexuales de Limónov son descritas con naturalidad, si acaso con cierto aire de chulería, pero en modo alguno con intención provocadora. Aquí el autor parece más un Serge Gainsbourg que un Hunter S. Thompson, aunque todo parezca muy gonzo. La cuestión es que, en ese mundo en el que parece estar de visita, Limónov está cómodo, observando todo el nutrido universo que le rodea y le observa a su vez. Sacando un extraño partido de su exotismo. Rodeado, en ese Nueva York revuelto y cosmopolita de la segunda mitad de los 70, de una combinación estrafalaria de intelectuales, compatriotas, y relaciones esporádicas. Limónov, rondando la treintena, teje en Soy Yo, Édichka un curioso canto a la vitalidad, una incontestable oda a la carnalidad más desinhibida, y aunque esto podría ponerse en duda viendo cómo el autor ha abrazado a posteriori algunos de los trazos ideológicos de los que aquí parece renegar, una involuntaria crítica, un ataque a la línea de flotación de los regímenes totalitarios. Porque esta es la sensación que permanece tras esta estimulante lectura: el aire libertino de un poeta ruso en medio de una gran ciudad americana. Duro, excesivo y descarnado, pero, a la vez, lírico y honesto.